martes, 2 de agosto de 2011

Las banderas y el fútbol

Alguien dijo que el fútbol es la guerra por otros medios.
En un contexto internacional relativamente estable, sin las guerras que asolaron el pasado siglo, es el deporte, y muy particularmente el fútbol, el único medio que tienen las naciones de medirse, de enfrentarse de una manera explícita y en campo abierto.
Hoy, las más grandes explosiones de patriotismo se dan después de una victoria en un campeonato del mundo. Y en España ya podemos hablar desde la experiencia. La selección ostenta hoy el cetro supremo del fútbol -y del fútbol supremo- con su campeonato de Europa y del mundo.

A los pocos minutos de que el Soccer City de Johannesburgo nos cosiera una estrella en el pecho, cada uno de nuestros futbolistas se envolvió en una bandera diferente. Los hubo como Iker y Torres, que no se despegaron de la rojigualda, y los hubo como Villa, que hizo lo propio con la asturiana, o Pedro con la canaria -no la oficial, la de siete estrellas que emplean los grupos nacionalistas-, o Xavi y Puyol, que dieron la vuelta al ruedo luciendo senyera.


Todo muy respetable, todo muy legítimo, pero improcedente a mi parecer. No era el momento. El equipo que había sobre el campo era el de España, el de todos -también el de murcianos, gallegos o extremeños que, sin jugadores en el conjunto nacional, se quedaron sin sus banderas-, y si alguna lección hemos de extraer de aquél verano es que cuando un grupo de españoles es capaz de renunciar a sus intereses particulares en pos del interés general ocurren cosas grandes. Cosas extraordinarias. Ser los mejores del mundo, por ejemplo.

El riesgo de que, tras una victoria de España aflore todo un abanico de enseñas autonómicas es, principalmente, su efecto contagio: ¿Qué dirán en mi pueblo si no me enfundo yo la mía? De modo que durante la celebración del día siguiente en Madrid cada jugador vistió sus colores regionales: Albiol, la senyera valenciana, Silva y Pedro la canaria, Villa y Mata la del Principado, Iniesta la de Castilla-La Mancha, e incluso la de la Comunidad de Madrid colgaba del autobús.
La tendencia al localismo se contiene hasta que termina el partido, luego cada cual gira la cabeza hacia el pueblo, mira por la parte y se olvida el todo. Parece nuestro sino.
Cada cual es libre de lucir los colores particulares o los generales en este tipo de celebraciones, mas la naturaleza misma del éxito colectivo sugiere que debe ser la bandera que todos comparten y a todos representa la que luzca por encima de intereses particulares. Así lo entendió España entera que engalanó pueblos y ciudades de rojo y amarillo.

Plaza de España, Barcelona. 11 de julio de 2010.

Ayer los sub19 -como hace un mes los sub21- se hicieron por quinta vez con el campeonato de Europa de naciones. Y otra vez lo mismo, pero diferente. De nuevo banderas regionales en un éxito nacional. La enseña azul de Asturias a hombros de Muñiz. ¿La diferencia? Aquí:


He procurado argumentar lo inoportuno de las banderas particulares cuando se celebra un éxito colectivo, pero tampoco soy amigo de las prohibiciones, menos de esta forma. El mediocampista gijonense debió llegar él sólo a la conclusión de que cuando compite con España, y más fuera de ella, está representando al país entero. A todos. Incluso a los que no han nacido a orillas del Cantábrico.



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