Marca
España. De un tiempo a esta parte viene escuchándose por doquier el dichoso
término. Algunos se escandalizan por entender que se trata de una suerte de
mercantilización de las esencias patrias -“¡España no es una marca!”-. Que es como
poner a Pelayo y a Churruca a vender las playas Benidorm. Algo intolerable.
Otros claman por inercia. Porque se menta a la bicha. Porque lo que pretende el
Gobierno es proyectar “una imagen uniformizadora que no reconoce la plurialidad
del Estado”. Lo de siempre.
Pero en realidad, ¿qué es
la Marca España?.
La imagen de un país
Joan Costa, quizá el
mayor experto que de estas cosas tenemos en España, viajó a Colombia para
reunirse con los responsables de marketing de un importante banco con problemas
de aceptación social. En realidad, los banqueros -siempre al acecho de lo
tangible, del clinc-clinc- eran escépticos con respecto a “eso de la imagen”.
No acababan de entender la necesidad de invertir en algo tan etéreo puediendo,
por ejemplo, abrir nuevas oficinas.
Costa repartió folios en
blanco entre el comité de dirección. “Escriban el nombre del que para ustedes
es el mejor coche del mundo y me devuelven los papeles, caballeros”. Y empezó a
leer las respuestas: “Rolls-Royce”. “Rolls-Royce”. “Rolls-Royce”. Dieciséis
Rolls-Royce. Unanimidad. Lo nuclear del experimento vino luego: “¿Alguno de
ustedes tiene un Rolls-Royce?”. Todos tenían buenos coches, pero ninguno un
Rolls-Royce. Costa insistió: “¿Alguno de ustedes ha conducido un Rolls-Royce?”.
Tampoco. Nadie. “Ninguno de ustedes tiene un Rolls-Royce, ni siquiera se han
sentado en uno, y sin embargo todos están convencidos de que Rolls-Royce es el
mejor coche del mundo: eso es la imagen”.
Algo así ocurre con las
personas, los productos o las naciones. Las llamadas Marcas País no son más que
las imágenes mentales que florecen en la mente de un señor al escuchar el
nombre de un país determinado. Se activan resortes que han ido sedimentando en
el imaginario colectivo; funcionan tópicos y estereotipos, creencias y
prejuicios, hostildades o admiraciones. Es un poso intelectual que se conforma
a través de experiencias directas: viajando, por medio de contactos personales,
consumiendo productos o conduciendo un Rolls. O indirectas, principalmente a
través de los medios de comunicación de masas: cine, prensa, radio, televisión
o internet.
Así, cuando hablamos de
la Marca España, hablamos de la imagen mental que se hacen por ahí fuera cuando
leen o escuchan “España”. Tan sencillo y tan complejo como eso.
Los grandes gurús de
estas cosas, a la hora de trabajar en la imagen de un país, suelen atender
mayoritariamente a criterios de tipo social, cultural, turístico, político o
financiero. Coches alemanes, tecnología japonesa, playas brasileñas, diseño
italiano o moda y gastronomía francesas.
Por ejemplo. Sin embargo, no existen estudios serios sobre cómo afecta el
pasado, la historia de una nación, en la imagen que hoy se tiene de ella. Los
manuales de Country Branding no hacen
alusión, por lo general, a un aspecto fundamental a la hora de elaborar la
representación mental de un país: su influencia en la historia, su hazañas y
sus miserias, su protagonismo (o su ausencia) en el pasado.
Todas las patrias tienen
una historia, pero no la historia de todas las patrias es lo suficiente
determinante como para erigirse en elemento generador de imagen. No es el caso
de España.
España es una de esas pocas
naciones sin cuya existencia no se entendería el mundo actual. Desde aquí se ha
moldeado el devenir de la Humanidad al punto de que hoy la cultura hispánica
es, junto con la anglosajona, la de mayor preponderancia en Occidente.
La formación política de
España se dio en 1492 con la unión de las Coronas de Castilla y Aragón, aunque
algunos estudiosos sitúan la génesis nacional en la Hispania Romana y otros la
retrasan hasta la Constitución de Cádiz, en 1812. Sea como fuere, nuestro país,
junto con Portugal, es, de todos los europeos, el único que ha mantenido
estables sus fronteras desde el Medioevo. España fue potencia militar y
colonial, pero también cultural, en los siglos XVI y XVII y obró una de las más
grandes gestas de la historia: el Descubrimiento y Colonización del Nuevo
Mundo.
Y fue precisamente a partir de este momento, a partir de la expansión
del Imperio y sus consecuencias, cuando sobre España se volcaron con más
virulencia toda una serie de recriminaciones históricas que el país interiorizó
al punto de vivir, desde entonces, en un estado de acomplejamiento permanente. Una
sensación de fracaso histórico, más acusado a raíz de la pérdida de las últimas
colonias en 1898, cuyo resultado engendró un rechazo inconsciente de España. Un
rechazo que en Cataluña y Vascongadas favoreció la aparición de movimientos
separatistas, que llevó a la izquierda a refugiarse en ideas
internacionalistas, e incluso movió a la derecha regeneracionista a echar doble
llave al sepulcro del Cid para que no volviera a cabalgar.
Mapa de las extensiones máximas del Imperio Español |
Un estado de
esquizofrenia con origen en la Leyenda Negra y que, en palabras de Julián Marías,
“partiendo de un punto concreto –supongamos que cierto-, extiende la
condenación y descalificación a todo el país a lo largo de toda su historia,
incluida la futura (…) sin prescribir jamás”.
Pero hagamos un somero
repaso de cómo hemos llegado hasta aquí. Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra
y Francia serán, de forma sucesiva, o a veces simultáneamente, los núcleos
principales de la formación de esta imagen que, modulada (o a veces no tanto)
ha llegado a nuestros días.
En el siglo XIII los reyes
aragoneses conquistan Sicilia. Luego Cerdeña. Luego Nápoles. Fue la época en la
que no había pez en el Mediterráneo que se atreviera a sacar la cola del agua
sin llevar el escudo de las barras de Aragón. Dominación y sometimiento. El
juicio acusador de los italianos se extiendió a todos los peninsulares.
Siglo XVI. La guerra del
Emperador Carlos V contra los protestantes alemanes supone el momento de
inflexión de la proyección negativa sobre los españoles. Lutero aprovechó la
aparición de la imprenta, fenómeno de movilización de opinión pública de unas
dimensiones desconocidas hasta el momento, para combatir a través de la
propaganda al rey de España y a España misma. La influencia luterana logró, por
ejemplo, que toda la documentación de la época refleja la palabra “marrano”
como sinónimo de español.
La Inquisición será la
nueva fuente de escándalos, aún siendo la caza de brujas mucho más intensa en centroeuropa
que en España. Los esterotipos raciales –“españoles de sangre mora y judía”- y
religiosos prendieron en Holanda cuando la guerra de Flandes. Una guerra de
papel perdida para España. Suma y sigue. Inglaterra toma el relevo apoyando a
los Países Bajos contra España en su batalla religiosa. Se radicaliza la
hispanofobia, también como consecuencia del litigio colonial en América y,
sobre todo, con la publicación de la Brevísima
relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de Las Casas. Un
cúmulo de despropósitos, exageraciones e inexactitudes que proveyó de munición
argumental a los enemigos de España, y lo que es más grave, “produjo una explosión típicamente española
de autocrítica, de carácter masoquista y casi suicida. (…) Los españoles,
mientras creaban un vasto y envidiable imperio, forjaron, sin inhibiciones,
armas para su propia difamación. Los holandeses e ingleses no mostraron reparo
alguno en utilizarlas en su propaganda contra la poderosa España”
(P.W.Powel).
La tradicional enemistad
con Francia, a partir de la intervención de Felipe II en asuntos franceses,
crea un nuevo enemigo, esta vez más poderoso por cuanto proyecta una profunda
influencia cultural en toda Europa. Afianza los estereotipos más negativos. Durante
el XVIII, la Ilustración hace de España la tierra de la superstición y la
ignorancia, en contraste con la luz e ilustración francesas.
España, antaño
todopoderosa potencia mundial, empieza a convertirse en un lugar exótico,
propio de relatos novelescos, románticos, quijotescos; un país pintoresco de
habitantes indolentes y atrasados que se recrean en su miseria de viejos hidalgos.
El bandolero, figura recurrente en la literatura de viajes (S.XVIII-XIX) |
El
resultado ha sido un cuadro siniestro de pobreza, indolencia, catolicismo
inquisitorial, moscas y toros que los españoles hemos interiorizado como “una de las
alucionaciones colectivas más significativas de Occidente, y precisamente por
eso la más afanosamente divulgada y asimilada por todos” (Sverker Arnoldsson).
Más aún: para el
hispanista Pierre Chaunu “las
representaciones exteriores de España son las que le han afectado más
profundamente. (…) La especificidad profunda de la leyenda negra radica (…) en
que esta imagen de sí misma ha afectado a España como no ha afectado ninguna
otra imagen externa a cualquier otra nación”.
Abrir el sepulcro del Cid
Estereotipos que
pensábamos felizmente desaparecidos pero que reaparecen como fantasmas que se
niegan a abandonar la vieja casa. “Nadie quiere ser hoy como España. España
solo vale para el flamenco y el vino tinto”, espetó hace unos meses ni más ni
menos que el secretario general adjunto a la OCDE, el estadounidense Richard A.
Boucher.
Y España,
es cierto, está siendo azotada salvajemente por la crisis, rompe todos los
récords de paro en el mundo occidental, la economía sigue sin levantar cabeza
cinco años después y la sombra de la
burbuja inmobiliaria y un boom
económico ficticio hace que la autoestima nacional, tradicionalmente débil,
alcance niveles de depresión colectiva. Sin embargo, para el
historiador británico John Elliott “la
misma recesión se está viviendo a nivel mundial, pero en ningún otro país se
está creando como aquí una situación de psicosis. La autoculpa es algo muy
español, ese particular ensimismamiento a la hora de juzgar los conflictos”.
En definitiva, España arrastra una baja autoestima secular, un fatalismo antropológico que necesariamente lastra su proyección internacional y su imagen ante el mundo (y ante si misma). Su Marca País.
En definitiva, España arrastra una baja autoestima secular, un fatalismo antropológico que necesariamente lastra su proyección internacional y su imagen ante el mundo (y ante si misma). Su Marca País.
Así las cosas, los
españoles del siglo XXI tenemos la obligación histórica de exorcizar esos
viejos fantasmas, de “dejar de obsesionarnos con la imagen que fuera tienen de
nosotros”, como dice la historiadora Carmen Iglesias; de abrir el sepulcro del
Cid y cuantos sepulcros sean necesarios y mirar a nuestros muertos a los ojos,
de levantar a esta vieja patria del diván del psicoanlista y ponerla en marcha.
Serena y alegre. Con todo su potencial, que es enorme.
Rafael Núñez Huesca
Responsable de
Comunicación de la Fundación DENAES
Artículo publicado en el suplemento AYER// del diario La Gaceta el sábado 29 de junio de 2013
Rafael, que patetico que eres no? ademas de feo...mira que eres feo,eh? supongo qe lo tendras asumido eso,no rafa? Lo de Catalunya...como te jode eh? que tengamos una ilusion y una meta..tranquilo,nos queda poco,muy poco tiempo juntos,luego todo irá mejor.
ResponderEliminarPor cierto, te das asco siendo tan nacionalista paleto apañol?
Un abrazo!
Visca Catalunya lliure!
Rafael, no hagas ni puto caso al paleto anonimo del comentario anterior, que aun no se entera de que Europa no quiere que España se escinda, mas que nada porque avivaria el fuego secesionista en otros paises europeos (Francia e Italia para empezar). Europa busca unirse, no desunirse.
ResponderEliminarEn cuanto a tu articulo, es simplemente magnifico. Por fin alguien que plasma con precisa exactitud el sentimiento y devenir de lo español y su porque.
Un fuerte abrazo!
Carlos Pastor
Muchas gracias por leerme Carlos, celebro que te guste. A ver si me pongo a escribir de nuevo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Rafa