Reproduzco la "Tribuna" que ABC ha tenido a bien publicarme en el día 26 de marzo.
Ninguno de las grandes
logros de la Humanidad fueron fruto de un hombre solo; todos lo fueron de
empresas colectivas: Grecia, Roma, los avences médicos, la conquista del
espacio, la democracia, el Descubrimiento, la Revolución Industrial o Científica.
Incluso Einstein tuvo maestros y se sirvió de libros escritos por otros.
La colaboración entre los
hombres, la suma, ha sido y sigue siendo la fórmula universal del éxito. En
todos los órdenes de la vida. Desde lo deportivo hasta lo empresarial. La
asistencia mutua, la contribución desde la pluralidad, las sinergias, las
aportaciones desde diferentes perspectivas; todo genera un resultado mucho
mayor que la simple suma de sus partes. Se trata de la renuncia magnánima de
los intereses particulares en favor del interés general. No otra cosa es una
nación.
Y es por eso que la
voluntad de algunos reyezuelos autonómicos de separar a su región de la matriz española
se antoja de todo punto inconcebible. Renunciar al acervo cultural común que
compartimos todos los españoles y que supone sentir como propios la Torre de
Hércules, La Alhambra, El Sardinero, Las Ramblas, la cocina vasca, la lengua
española o El Quijote, desafía, ya no a la historia o los lazos y afectos mutuos,
también el más elemental sentido común.
Una Cataluña escindida de
España supondría una abrupta alteración en todo los órdenes. Para el todo y,
aún más, para la parte.
Muchos de los genios
creativos que España ha ofrecido al mundo nacieron en Cataluña. El Principado
constituyó siempre un lugar de vanguardia cultural, económica y empresarial que
despertó la admiración del resto de España, y acogió con generosidad a otros compatriotas
que llegaron allí con la ilusión de empezar una nueva vida. Cualquier español
vería con pesadumbre cómo una tierra que siempre sintió como propia, pasaría a convertirse
en un lugar ajeno, extraño. Y la misma cosa, en una dimensión colosal, sería
privar a los catalanes de España. Un drama recíproco que algunos, en su locura,
ya creen estar acariciando.
Para llegar a esto se ha
tenido que sembrar previamente la semilla de la discordia. Y la semilla ha germinado.
El nacionalismo catalán ha hecho bien su trabajo. Una labor metódica, por
fases, sin las estridencias del
nacionalismo vasco, que en Barcelona siempre juzgaron contraproducentes. Una
calculada operación de ingeniería social, reconocida por la propia CIU en aquél
documento de 1990 en el que proyectaba la “infiltración
nacionalista en todos los ámbitos sociales” como herramienta para
alcanzar el ansiado objetivo final. Nada nuevo. Prat de la Riba, el ideólogo de todo esto, trazó el camino a seguir
hace más de un siglo: “Tanto como
exaltamos lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano
(español), a tuertas y a derechas, sin
medida”. Y eso han hecho. Con notable éxito. Y con el beneplácito, cuando
no la colaboración suicida, del propio Estado. Una estrategia que ha pivotado
sobre tres ejes: narcisismo, victimismo y aversión al resto de España. Deleznable
pero exitoso. Ahí están los hechos. Y ya con la tierra suficientemente empapada
de rencor, es el momento de encarar la última y definitiva fase del plan.
ABC, 26 de marzo de 2013 |
Desde la Fundación para la Defensa de
la Nación Española, DENAES, tenemos la absoluta seguridad que el proceso de
fraccionamiento es reversible. Hará falta coraje político y una férrea voluntad
de cambio de modelo. Habrán de tomarse medidas drásticas. Todas las que no se
tomaron antes. La primera de ellas, dotar al Estado de la consistencia y
viabilidad de las que ahora carece. El Estado Autonómico se ha convertido en el
Estado del bienestar de los partidos políticos, no de los españoles. Es
inviable y la crisis económica ha destapado definitivamente todas sus
carencias. La llamada partitocracia
ha colonizado haste el último estamento, justicia incluída, al punto de
instalarse en un estado de corrupción sistémica y transversal, insoportable
para el ciudadano, que empieza a mostrarse escéptico del actual modelo en su
conjunto.
Es una necesidad imperiosa ahondar en el proyecto común de España, dotar al
Estado de una coherencia acorde con la historia, la cultura y los afectos comunes
entre los españoles. Las reformas que hoy necesita España no son sólo las
orientadas a lo económico, ésas son sólo algunas, y ni siquiera las más
importantes. Es necesario recuperar para el conjunto las competencias en
Educación, Justicia, Protección Civil,
Interior y Medio Ambiente.
Cada vez son más los españoles que reclaman, por una cuestión de estricta supervivencia nacional, una gran reforma
constitucional llevada a cabo por los dos grandes partidos que sólo será
posible a través de un ejercicio de patriotismo que dé prioridad al interés
general por encima del interés particular, incluído el de los partidos, y
siente las bases de la refundación del propio sistema. La reforma
irremediablemente se hará; así lo exige la desesperada sociedad civil española.
Nos conviene a todos que esta se produzca con la anunencia y colaboración de
los grandes partidos políticos.
Rafael
Núñez Huesca, Responsable de Comunicación de Fundación DENAES
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